La primera vuelta de las elecciones brasileñas terminó con algunas sorpresas y muchas lecciones. Contrariamente a las proyecciones de los principales institutos de investigación, Jair Bolsonaro obtuvo cerca del 43% de los votos válidos, contra el 48% del ex presidente Lula. Las ya frustradas tentativas de “tercera vía” no alcanzaron a sumar el 10% de los votos, un desempeño más insignificante de lo previsto.
El escenario se completa con la elección, para gobiernos provinciales y cargos en el Poder Legislativo, de importantes aliados/as y ex ministros/as del gobierno de Bolsonaro. Un gobierno marcado por escándalos de corrupción, una desastrosa y vergonzosa gestión de la pandemia —con más de 600 mil muertes— e innumerables denuncias de violaciones de derechos humanos.
Más allá de la sorpresa por la alta votación obtenida por Bolsonaro, cabe plantear dos preguntas a la sociedad brasileña: ¿Cómo se explica la diferencia entre los resultados y las estimaciones? ¿y cómo entender los más de 51 millones de votos que recibió el actual presidente?
Violencia, odio y manipulación
Las elecciones de 2018 pusieron en el centro de las preocupaciones a las “fake news” o noticias falsas, y su influencia en una opinión pública, al parecer, inocente. Fueron innumerables las acciones del Poder Judicial para contener la diseminación de este tipo de información, así como las iniciativas de medios de comunicación tradicionales, de la academia y de la sociedad civil, buscando entender y responder al fenómeno que, para algunas personas, era la raíz de la cada vez más frágil la democracia brasileña.
En cuatro años se desmantelaron redes de desinformación y discurso de odio, se retiraron contenidos de las redes sociales y se asumieron compromisos con las empresas para que contribuyeran con las investigaciones este fenómeno y adoptaran medidas para reducir la visibilidad de las noticias falsas. Sin embargo, nada de eso contuvo la máquina bolsonarista, que sigue fuerte y en campaña de cara a la segunda vuelta.
Circula en las redes un reportaje de CNN Brasil, editado y descontextualizado, que sugiere que de ser elegido, Lula confiscaría bienes financieros de la población. La publicación tuvo miles de visitas y fue compartida en las redes sociales por autoridades políticas, incluyendo a un diputado de Paraná. Otra publicación asocia al candidato del PT con el demonio, usando un video también manipulado. En ambos casos, vídeos reales se utilizan para crear un mensaje engañoso.
Pero las estrategias de manipulación de la opinión pública del presidente y sus partidarios/as va mucho más allá de la desinformación en las redes sociales y las aplicaciones de mensajería. Incluyen declaraciones polémicas, conflictos fabricados, ataques e incluso pseudo-partidarios pagados para provocar tensiones políticas.
Los ataques bolsonaristas a periodistas y opositoras/es —especialmente mujeres— ha alimentado un ambiente de odio y violencia política, característico del espacio público en los últimos años y que ha producido graves daños al ejercicio de derechos online y offline, y al sistema democrático, como reconocen diversas autoridades internacionales.
El caso más reciente ocurrió durante la campaña electoral e involucra a la periodista Vera Magalhães, que, después de ser ofendida en vivo por el presidente durante el primer debate presidencial, fue atacada por sus partidarios/as en las redes, bajo un esquema que parece seguir una receta bien definida, pues se repite en diversos casos.
Brasil tiene alrededor de 12,5 millones de hogares sin acceso a internet, pero casi todos los hogares tienen un televisor. Entre una prensa fuertemente comprometida con algunos de los proyectos bolsonaristas —principalmente en el ámbito de un irresponsable liberalismo económico— y una prensa pautada por la voz de las autoridades, la organizada máquina de desinformación y odio en las redes logró amplificarse. Más que eso, fue efectiva en distraer la atención de escándalos de corrupción y del deterioro de las condiciones de vida en el país, evidente durante la pandemia de COVID-19.
La mentira se hace realidad
Las mentiras dichas por un presidente pasan a constituirse en verdades cuando las instituciones y las autoridades actúan en consecuencia. Al principio de su mandato y sin ninguna prueba, Bolsonaro acusó que algunas ONG estarían detrás de una serie de incendios en la Amazonia. Meses después, integrantes de organizaciones de la sociedad civil que operan en la región fueron detenidas/os, tras ser objeto de una investigación, bajo la acusación de haber incendiado el bosque.
Este fenómeno puede explicar el desempeño superior del presidente en la primera vuelta en relación a lo previsto en las encuestas de opinión. Desde 2021 Bolsonaro apuesta a un discurso de cuestionamiento a las urnas electrónicas y al sistema electoral (el mismo sistema que lo eligió en 2018), y ha tanteado la posibilidad de no reconocer los resultados si no le son favorables. Nuevamente, sin pruebas, pero creando suficiente tensión para movilizar a las instituciones en respuesta a un problema que el propio Tribunal Superior Electoral (TSE) considera inexistente.
El 7 de septiembre (Día de la Independencia en Brasil), el presidente comenzó a intensificar los cuestionamientos a los institutos de investigación electoral que predecían la victoria de Lula con una diferencia de más de 10 puntos porcentuales en relación a Bolsonaro, y la posibilidad de victoria en primera vuelta. Las insinuaciones presidenciales fueron reproducidas por la prensa y luego se transformaron en ataques de los simpatizantes de Bolsonaro en las redes. Finalmente la violencia se volvió física, con registros de ataques contra investigadoras/es de esos institutos en su jornada de trabajo.
Lo que no se pudo averiguar en esta secuencia es si los votantes de Bolsonaro o de sus simpatizantes en los gobiernos provinciales y cargos legislativos fueron orientadas/os desde sus redes de mensajería organizadas a no responder a las encuestas de opinión o si fueron inducidos a ello a partir de las declaraciones del presidente. Esta es una de las diferentes hipótesis de las expertas/os para explicar la discrepancia entre las encuestas y el resultado de las urnas el domingo. Según la directora de Datafolha, uno de los principales institutos de investigación en el área, la hostilidad contra investigadoras/es durante la primera vuelta puede haber dificultado una medición más precisa de las intenciones de voto en Bolsonaro.
Después de los resultados, los/las partidarios/as del presidente volvieron a criticar a los institutos de investigación. Un ministro orientó, ahora explícitamente, a los/las electores a no responder a las encuestas para la segunda vuelta y otro solicitó la apertura de una investigación para identificar irregularidades en el funcionamiento de estas instituciones.
Enfrentar la verdad con los ojos abiertos
Otras hipótesis para explicar la diferencia de los votos de Bolsonaro tiene que ver con la ausencia de datos demográficos actualizados, debido a la negativa del propio gobierno federal a realizar el Censo que estaba previsto para 2020; o el cambio de votos a la última hora, influenciado o no por movilizaciones de última hora en las redes y difícil de ser considerado con antelación. Indicios de posible compra de votos y de coacción del empresariado hacia sus empleadas/os por el voto a Bolsonaro también comienzan a aparecer en los noticieros de la semana.
Más allá de las posibles justificaciones, lo que el resultado de las urnas manifestó es que el bolsonarismo sigue organizado y con fuerza, movilizando diversos segmentos conservadores y de extrema derecha en Brasil, con gran potencial para expandirse en la región. La masa verde y amarilla que ocupó los lugares de votación demuestra que las más de 600 mil muertes por COVID-19 en el país esto no impactaron en gran parte de la población, orgullosa de apoyar la agenda de Bolsonaro.
Bolsonaro es considerado por algunas personas como un “mito”, por expresar el conservadurismo radical que nunca fue cuestionado después de la dictadura militar brasileña y por su defensa de la tortura y de los torturadores, del armamento, de la violencia y de la criminalización como políticas de seguridad. Para otras es un enviado de Dios. Y para otras tantas es el instrumento capaz de avanzar en pautas liberales y atraer el “mercado”, que ahora manifiesta su preferencia.
Independientemente de los resultados de las urnas el 30 de octubre, cuando tenga lugar la segunda vuelta, la mirada a las declaraciones y comportamientos presidenciales y al papel de las redes tendrá que partir de esa constatación. Junto a las exigencias de responsabilización de aquellos que atentan contra la dignidad y los derechos humanos, tendremos que construir una agenda capaz de disputar la humanidad y los imaginarios de futuro de aquellas personas que ya no se ven representadas por la democracia y sus instituciones. La tarea es ardua y va a demandar muchas alianzas, movilización y esperanza.