Desde el mandato del Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle (1994-2000), cada gobierno presenta una nueva Agenda Digital, un plan de desarrollo para el país respecto a las “tecnologías de la información”, con una serie de hitos y propuestas de modernización. Lamentablemente, en lugar de ser un indicador del interés por establecer políticas públicas a largo plazo, las agendas digitales no han sido más que un cúmulo de medidas más o menos ambiciosas, con consecuencias inmediatas y sin una política pública propiamente tal que las oriente. La agenda de la presidenta Bachelet, presentada recién a fines de noviembre, no es diferente e instala nuevas preguntas.
La Agenda Digital 2020 se presenta ambiciosamente como una hoja de ruta con 60 medidas concretas, pero el documento no presenta una estructura ejecutiva adecuada para la gestión de dichas medidas, ni tampoco una guía de principios que explique por qué se priorizan algunas y no otras: las medidas propuestas no tienen responsables, plazos ni mecanismos de evaluación.
Ignorando las peticiones de la sociedad civil y el sector privado por una visión común y a largo plazo, la Agenda Digital 2020, al igual que sus predecesoras, hace borrón y cuenta nueva: ¿Qué medidas concretas de la Agenda Digital del Presidente Piñera se han mantenido? ¿Cuáles se han descartado? ¿Por qué razones? ¿Cómo se evaluó el proceso de confección de la agenda anterior y las medidas que en base a ella se materializaron? Todas son preguntas que la Agenda actual elude y que debieran ser el punto de partida para un plan de futuro. Al mismo tiempo, la Agenda incluye medidas que ya están en ejecución y que, curiosamente, no necesitan de ella para tener éxito.
Pese a tener un capítulo completo dedicado a “Derechos para el entorno digital”, la Agenda Digital 2020 no incluye referencia alguna a aspectos vinculados a neutralidad de la red, libertad de expresión en el entorno en línea o medidas para enfrentar la vigilancia privada en internet. ¿Qué hay en ese capítulo entonces? problemáticas que poco tienen que ver con el ejercicio de derechos, tales como el impulso a la firma electrónica, aranceles o tributos digitales.
Por otro lado, hay una mención expresa a la esperada nueva Ley de Datos Personales, que anuncia será enviado “próximamente” al Congreso, pese a ser parte de la Agenda de Probidad desde mayo de 2015, sin que a la fecha exista claridad sobre el plazo de presentación ni de las autoridades responsables.
Chile ha sido pionero en temas regulatorios y digitales en el pasado: fue el primer país en el mundo en tener una ley de neutralidad de la red, que ha servido como referente en otras regiones del mundo; ejemplar es también nuestro modelo de responsabilidad de intermediarios en materia de derechos de autor, que resguarda la libertad de expresión y los derechos autorales al exigir orden judicial para la remoción de contenidos eventualmente ilícitos. Pero al revisar la Agenda Digital 2020, no hay indicios de una política pública que permita que el país mantenga su posición de liderazgo regional en materia de tecnología y desarrollo.
Pese a tener una oportunidad única, el gobierno de la Presidenta Bachelet muestra con esta agenda mucha tibieza y falta de compromiso para avanzar hacia una política pública digital abierta, inclusiva y protectora de derechos.
Esperamos que aún estemos a tiempo para encaminar un plan de desarrollo digital que no responda solo a problemáticas propias de fines de los noventa en Chile, sino que mire hacia el futuro e incluya una agenda de derechos robusta. El punto de partida para ello es tener una política pública que de no existir, inserta un razonable manto de dudas respecto de la idoneidad y alcance de las medidas anunciadas en esta hoja de ruta.