Inusual, pero cierto: en la sección Internet de su edición del pasado lunes, El Mercurio, periódico baluarte en la defensa de la propiedad privada, invitaba a sus lectores a convertir esas viejas películas en formato VHS en flamantes archivos DVD, para lo cual ilustraba acerca de los requerimientos de sistema, aplicaciones disponibles y hasta los costos de implementación de un «estudio de edición casero».
Mientras diversas asociaciones gremiales -tales como los productores de fonogramas, sellos editoriales y distribuidores de software- hacen importantes esfuerzos destinados a obtener la adopción de una ley que reprima con mayor fuerza aquellos actos que califican de piratería, aún poniendo en riesgo importantes derechos y libertades públicas, El Mercurio hace una apuesta en contrario, promoviendo prácticas reñidas con el derecho de autor que ampara tales obras.
En efecto, el matutino invita a generar copias de películas, traspasar las obras de un formato a otro, elegir el orden de las secuencias, cortar las partes aburridas e inclusive agregarles transiciones, como si de un programa de televisión se tratase. Por supuesto, se trata de usos que la legislación nacional no admite, salvo que se disponga de autorización del titular de los derechos de autor.
Más allá de lo paradojal de la situación, la falta de consistencia entre las líneas editoriales, a través de las cuales se aboga por mayores penas para la piratería, y las columnas interiores del periódico, nos pone ante una disyuntiva: ¿se trata de un simple acaso, un hecho fortuito carente de sentido, o el episodio evidencia una falta de sintonía entre el derecho y la realidad?
Es habitual que se reproche la falta de conciencia de las autoridades públicas y los consumidores en relación con la adecuada protección de las obras -ya se trate de libros, música, o software-, menos frecuente es oír voces de alerta que aboguen por un equilibrio entre los derechos de las empresas del entretenimiento, los propios creadores y la comunidad, para participar de los beneficios del progreso de las ciencias, las artes y las tecnologías.
Sin embargo, la «invitación» de El Mercurio abre el debate sobre un nuevo punto: no es que estemos ante una falta de conciencia sobre la ilicitud de los actos de piratería, sino que simplemente no adherimos a calificar tales actos como ilegales. Si la ley califica ciertos usos de las obras como ilícitos, pese al razonable y proporcional uso social que se hace de ellas, conviene cuestionarse el sentido de una ley que carece de respaldo ciudadano.
Por fortuna, el mismo periódico tiene respuesta para nuestro dilema, cuando acudiendo a una cita de Bob Dylan -la que, dicho esa de paso, tampoco cumple con las exigencias legales-, predica que “los tiempos están cambiando”. Es como sucede con las leyes sobre alumbrado público a gas, leyes que siguen vigentes, pese a que toda la ciudad se viste de electricidad por las noches. Si los tiempos están cambiando, las leyes deben cambiar: El Mercurio ya nos ha indicado el camino.
Alberto Cerda
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