El tradicional discurso sobre el Estado de la Unión, pronunciado por el presidente de EE. UU. hace algunas semanas, no estuvo exento de anuncios relevantes para el resto del mundo, especialmente en lo referido a acuerdos comerciales. Barack Obama declaró no solo la intención de su gobierno de proseguir con las tratativas del cuestionado Acuerdo de Asociación Transpacífica (TPP), sino de iniciar negociaciones para la firma de un acuerdo con la Unión Europea de una Alianza Transatlántica de Comercio e Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés). Por supuesto, una serie de industrias celebraron la iniciativa, aún antes de conocer detalles sobre la misma.
Aunque en principio, y siendo conocida la derrota de ACTA en Europa, se consideró no integrar temas de propiedad intelectual en sus distintas aristas, lo cierto es que el posible acuerdo es visto como una oportunidad para fijar un estándar en materia de protección de derechos de propiedad intelectual, incluyendo aspectos sobre patentes farmacéuticas y comunicaciones en línea.
El impulso estadounidense por un acuerdo de esta naturaleza no constituye una novedad, sino que se trata de una estrategia conocida y que ya nos toca lamentar como país a propósito del TPP. Bajo la excusa de la promoción de la inversión y el libre comercio, se intenta imponer desde arriba, reglas que poco tienen que ver con la libertad para transar bienes y servicios, y mucho que ver con el control. Se enfatiza la protección de ciertas industrias nacionales, en nombre del libre comercio entre naciones. Se ponen en riesgo de derechos fundamentales de la ciudadanía, en resguardo de intereses particulares. Todo, en una discusión a puertas cerradas entre representantes estatales e industrias interesadas, sin instancias de participación de la ciudadanía, sin transparencia y sin accountability.
Esta lógica derivó en masivas protestas y el definitivo rechazo en la Unión Europea con ACTA, otro gran tratado de más limitadas intenciones a mediados de 2012. Esa derrota significó uno de los más importantes episodios en una lucha llevada desde la ciudadanía en contra de la imposición de reglas capaces de afectar derechos fundamentales e intereses del público. Sin embargo, el discurso de Obama representa la visión que desde el poder se lleva sobre estos asuntos: no van a ceder en la agenda de control.
Nosotros conocemos esa agenda, pues gran parte de la región ya participa de ella. Más bien, gobiernos de la región, con exclusión de la ciudadanía, que con similares pretextos y en secreto negocia TPP, un tratado innecesario y dañino, capaz de coartar seriamente nuestros derechos y libertades, capaz de cambiar para peor la forma en que nos relacionamos con Internet, y de afectar nuestra vida privada y nuestros derechos como consumidores.
Las alarmas se encienden aunque estamos lejos de los territorios objeto del anuncia, toda vez que se intenta fijar nuevos estándares de control y desprotección de la ciudadanía, y el secretismo como forma de negociar las formas de afectar intereses públicos. Es vital mantener la alerta, y desde cada rincón del mundo insistir: no más negociaciones secretas. No más SOPA en ninguno de sus sabores: ni TPP, ni ACTA, ni TTIP.