Contrariamente a lo previsto por el modelo tradicional, tras la decisión del escritor de poner sus obras en Internet a disposición de los lectores, se han incrementado las ventas de su catálogo. A partir de tal hecho, Claudio Ruiz reflexiona sobre Internet como una plataforma de difusión, y cuan lejos está de constituir un peligro para los creadores.
Paulo Coelho es el escritor de habla portuguesa con más libros vendidos de todos los tiempos. Más que Jorge Amado, más que Pessoa, e incluso más el Nobel José Saramago. Coelho, querámoslo o no, es uno de los escritores más importantes de la región.
Además Coelho sabe perfectamente de su negocio. Así, sus libros han sido traducidos a una cantidad importante de idiomas y es invitado a dar charlas a distintas ferias y eventos en todo el mundo. Desde hace un tiempo, Coelho también se ha dedicado a navegar e investigar lo que sucede en Internet, en particular en lo referente a los cambios que esto pudiera suponer en la industria editorial, en su negocio.
Un par de año atrás, una sobrina del escritor brasileño le mostró cuan fácil era encontrar en Internet más de trescientas obras suyas escaneadas desde el formato papel en distintos idiomas. En forma gratuita y gracias a los beneficios de las redes de distribución. En lugar de suponer que todo esto era un gran robo y que por tanto era necesario tomar medidas urgentes para evitar que se siguieran cometiendo estos ilícitos, Coelho hizo precisamente lo contrario. Buscó con aún más energía y logró bajar versiones electrónicas de todos sus libros. Los almacenó en su disco duro y comenzó la tarea de subirlos a la web. Gratis, casi como un experimento.
Coelho, que está lejos de ser un escritor a quien no le interesen los derechos autorales -mal que mal, así se gana la vida-, supuso que cada descarga de Internet de sus libros no significaba necesariamente una venta menos de los ejemplares de las librerías. De más está decir que, al contrario de lo que sucede con el robo de un libro, caso en el que el ladrón se queda con un ejemplar y la librería con uno menos, en el caso de las descargas de ejemplares vía Internet se da una paradoja interesante: por más que se descarguen los libros, las estanterías de las librerías, con Coelho sonriendo en gigantografías, se mantienen intactas.
A mayor abundamiento, el brasileño bautizó Pirate Coelho el sitio web donde personalmente se encargó de poner a disposición del público sus libros en formato electrónico. Y el resultado, de técnicamente ‘piratear’ sus libros, ha sido fabuloso para él: en lugar de disminuir la venta de sus libros, ha aumentado. Donde antes vendía mil libros, ahora vende diez mil. Pareciera ser que la experiencia de la lectura en la pantalla de un computador es bastante menos placentera que aquella tradicional forma en la que -quizás fetichistamente- enfrentamos la lectura de libros. El olor, la forma, la portabilidad, tal vez son elementos sustanciales a la experiencia de lectura que la versión electrónica hasta hoy no nos puede dar. Luego, accedemos a contenido gratuitamente en Internet, y si nos gusta, partimos a nuestra librería de siempre a adquirir el ejemplar.
Las lecciones de todo esto son claras. Las normas de propiedad intelectual que actualmente nos rigen, sostienen que lo que ha hecho Paulo Coelho es un ilícito. Que es contrario a la ley, a pesar de producir beneficios económicos a toda la cadena de producción del libro, incluyéndolo a él. Mientras nuestros autores explorar alternativas ‘piratas’ de distribución de contenido, nuestros legisladores siguen analizando cómo pueden detener las descargas por Internet, dados los inmensos perjuicios que sufre la industria tradicional. Pareciera ser que es hora de mirar en serio el futuro y cómo queremos que nuestras industrias culturales evolucionen y se adapten a nuevos sistemas de distribución. La criminalización y la extensión desenfadada de los derechos patrimoniales de autor, en el entorno digital, no parece ser una buena forma de empezar.
Artículo publicado en Terra Magazine bajo Licencia Creative Commons Chile