Imperialismo tecnológico

Brasil: entre el intento de golpe autoritario y amenazas a la soberanía digital

En un país donde la democracia se ve constantemente amenazada, los vestigios del autoritarismo se han infiltrado en el manejo de la tecnología y el entorno digital. Mientras otras naciones latinoamericanas han impulsado procesos de reparación y sanción tras sus dictaduras, en Brasil la amnistía a los militares y el resurgimiento de la extrema derecha han permitido que viejos fantasmas reaparezcan, poniendo en riesgo la soberanía nacional. Esto se ha evidenciado en recientes intentos golpistas y litigios internacionales infundados.

CC:BY (Francisca Balbontín)

Antecedentes

A diferencia de otros países latinoamericanos que emprendieron procesos de reparación tras regímenes dictatoriales, Brasil optó por una política de amnistía hacia los militares que comandaron brutalmente el país entre 1964 y 1985. Esta decisión permitió la reaparición de antiguas prácticas autoritarias y facilitó el resurgir de sectores extremistas, que recurren a la violencia política y han aprendido a expandir su control a través  del uso de tecnologías. Estas prácticas no sólo resuenan a nivel interno, sino que también se reflejan en la influencia imperialista externa, cuya sombra persiste desde el pasado dictatorial latinoamericano y continúa generando fricciones institucionales en Brasil, donde la soberanía digital enfrenta amenazas infundadas.

Uno de los episodios más simbólicos de los últimos años en Brasil fue la tentativa de golpe de Estado formalmente denunciada la semana pasada por la Procuraduría General de la República. Según la denuncia, un grupo liderado por el expresidente Jair Bolsonaro y otros 33 hombres habría orquestado un plan radical para desmantelar el orden democrático luego de las elecciones presidenciales de 2022. Este complot no solo apuntaba a generar inestabilidad institucional, sino que contemplaba medidas extremas como el asesinato del presidente electo Lula, su vicepresidente Geraldo Alckmin, y del ministro del Supremo Tribunal Federal Alexandre de Moraes. 

Este intento, de clara naturaleza violenta y desestabilizadora, pretendía instaurar un régimen de facto mediante el uso de la fuerza, evidenciando el grave riesgo que corre la democracia en Brasil. Las plataformas digitales, vale decir, tienen un rol importante en este contexto de inflamación autoritaria. Tal como ya señalamos en esta columna, redes sociales como X -suspendida en Brasil en 2024- han servido como  espacios donde actores antidemocráticos coordinan ataques a instituciones y amplifican narrativas que buscan justificar la violencia política. 

Viejas prácticas, nuevas herramientas

El autoritarismo arraigado que continúa amenazando al país –y que también se observa en otros lugares de la región– se ha adaptado a la era digital, extendiéndose a través del uso de nuevas tecnologías. Un caso representativo en Brasil es el de FirstMile, señalado en el reciente reporte desarrollado por el Observatorio Latinoamericano de Amenazas Digitales (OLAD) y liderado por Derechos Digitales “En La Mira: seguridad y principales amenazas digitales en América Latina”. En enero de 2024, la Policía Federal anunció una investigación contra exfuncionarios de la Agencia Brasileña de Inteligencia durante el gobierno de Bolsonaro, acusados de haber vigilado ilegalmente a unas 30.000 personas, entre ellas periodistas y magistrados del Supremo Tribunal Federal. La vigilancia denunciada se llevó a cabo mediante el uso del software israelí FirstMile, el cual permite interceptar la ubicación de equipos móviles a través de señales de GPS vulnerando así la confidencialidad de información protegida por ley nacional. El acceso a la ubicación de un dispositivo no solo permite rastrear los movimientos de una persona en tiempo real, sino que también puede derivar en la exposición de datos sensibles, como fuentes periodísticas, redes de contacto y patrones de comportamiento, ampliando el alcance de la vigilancia ilegal y el riesgo de persecución política.

La relación entre los movimientos autoritarios –y tecnoautoritarios– y la soberanía nacional es compleja y, en ocasiones, contradictoria. La dictadura militar en Brasil, al igual que otras en América Latina en esa misma época, estuvo fuertemente marcada por la influencia de los Estados Unidos. Un ejemplo claro de esta injerencia fue el Plan Cóndor, una operación transnacional de represión coordinada entre las dictaduras del Cono Sur, con apoyo estadounidense, basada en el intercambio de inteligencia y vigilancia sobre opositores políticos. Esta infraestructura represiva, que incluía interceptaciones de comunicaciones, seguimiento de movimientos y colaboración entre agencias de seguridad, sentó un precedente para el uso de tecnologías con fines de vigilancia, una lógica que persiste en las estrategias actuales de control y monitoreo digital.

Aunque estos regímenes autoritarios exaltaban el nacionalismo, al mismo tiempo promovían lo que en Brasil se conoce como “complejo de vira-lata”: una percepción de inferioridad en la que los brasileños y brasileñas se colocan voluntariamente frente al resto del mundo, lo que conlleva a la idea de que el país debe someterse a prácticas extranjeras, especialmente de países con mayor poder económico y geopolítico. En otras palabras, se configura una paradoja entre el discurso nacionalista de los líderes antidemocráticos en la región y las implicancias reales de sus políticas en términos de soberanía nacional, una contradicción que se extiende cada vez más a la esfera digital.

Un ejemplo de esta paradoja se vio en la postura del gobierno de Bolsonaro hacia las grandes plataformas digitales. Mientras su retórica política se basaba en la defensa de la soberanía y la independencia nacional, su administración facilitó la consolidación del poder de corporaciones tecnológicas extranjeras, debilitando los intentos de regulación local desde un falso discurso de resguardo de la libertad de expresión y permitiendo que actores privados transnacionales tuvieran un control sin precedentes sobre la información y el debate público en Brasil. Este modelo de dependencia tecnológica refuerza el desequilibrio de poder y reduce la capacidad del país de definir sus propias reglas en el entorno digital.

La disputa por el control normativo: el enfrentamiento entre regulaciones nacionales y poder corporativo

La semana pasada, además de la denuncia contra el expresidente Bolsonaro por la tentativa de golpe, una serie de noticias polémicas volvió a colocar a Brasil en el centro de la atención global. Se produjo un enfrentamiento entre el ministro Alexandre de Moraes – quien era uno de los blancos del plan golpista– y los grupos de medios Rumble y Trump Media & Technology Group DJT.O. Estas empresas abrieron un proceso judicial en el Tribunal Federal de Florida, argumentando que el juez censura ilegalmente el discurso político de figuras afines a la derecha en Estados Unidos.

La disputa se originó luego de que de Moraes ordenara la suspensión de cuentas en plataformas digitales, incluyendo Rumble, de individuos acusados de difundir desinformación y promover actos antidemocráticos en Brasil, como el bolsonarista Allan dos Santos, quien se encuentra en Estados Unidos y tiene orden de extradición en Brasil. Las empresas sostienen que tales órdenes exceden la jurisdicción brasileña y violan la Primera Enmienda de la Constitución norteamericana, que protege la libertad de expresión. Sin embargo, este litigio se inscribe en una tendencia más amplia de corporaciones tecnológicas estadounidenses que evitan cumplir regulaciones locales fuera de su país de origen, desafiando la soberanía de los Estados en los que operan.

El caso de Rumble es un ejemplo claro de este problema. La plataforma carece de representación legal en Brasil, lo que dificulta que cumpla con órdenes judiciales como la eliminación de contenidos ilegales –incluyendo discursos de odio y desinformación–. Esta situación aumentó la tensión en el contexto brasileño y llevó a la suspensión de la red social en el país por el mismo ministro Alexandre de Moraes, una medida similar a la que afectó a X temporalmente en 2024. El conflicto refleja una dinámica estructural más amplia: mientras las plataformas digitales exigen protección legal en los Estados Unidos, se niegan a acatar  legislaciones nacionales cuando no les resulta conveniente. Se busca así utilizar el marco legal estadounidense para evitar el cumplimiento de la ley brasileña, apuntando a  una jerarquización normativa que favorece a actores extranjeros en detrimento de la soberanía nacional.

Más allá de este caso, la creciente reticencia  de las corporaciones digitales a cumplir con  la regulación estatal refuerza dinámicas de injerencia extranjera. La reciente declaración de Mark Zuckerberg sobre la existencia de “cortes secretas” en Brasil contribuye a esta narrativa, presentando cualquier esfuerzo por garantizar el cumplimiento del marco legal nacional como una amenaza a la libertad de expresión, cuando en realidad el problema de fondo es la falta de mecanismos democráticos para asegurar que estas empresas respondan ante la justicia de los países donde operan.

Las amenazas a Brasil y sus ecos en la región

La situación en Brasil refleja una democracia debilitada por la persistencia de prácticas autoritarias y, más recientemente, por el uso indebido de la tecnología como herramienta de control. La tentativa de golpe, que contemplaba acciones de violencia contra líderes democráticos, y el caso FirstMile, que expone un esquema de vigilancia masiva sin garantías legales, evidencian la necesidad urgente de reforzar las instituciones democráticas en el país y en toda la región. Asimismo, la acción judicial promovida por grupos afines a Trump contra Alexandre de Moraes sienta un peligroso precedente para otros Estados del Sur Global, que enfrentan dinámicas similares de injerencia extranjera y evasión de marcos legales por parte de las plataformas tecnológicas.

En este escenario, es importante considerar que si en Brasil, una de las economías más grandes de la región y con un peso geopolítico significativo, la democracia es atacada con tal intensidad, cabe preguntarnos qué sucede en países con menos recursos institucionales y menor capacidad de respuesta. Este contexto expone nuevos riesgos relacionados al creciente poder de las empresas tecnológicas, quienes ahora incluso -mediante sus líderes- forman parte de la nueva administración del gobierno de Trump. Frente a estos desafíos, resulta imprescindible fortalecer la resistencia democrática mediante la promoción de la transparencia y el respeto a los derechos. Asimismo, es necesario avanzar en regulaciones basadas en derechos humanos que supervisen el uso de tecnologías con capacidades de vigilancia, en línea con los llamados de la ONU para una moratoria sobre estas herramientas hasta que existan salvaguardas adecuadas. Solo así se podrá garantizar un futuro donde la soberanía y la democracia sean pilares inquebrantables de la sociedad, no solo en Brasil, sino en toda América Latina.