Hace décadas que nos enfrentamos a narrativas que intentan imponer una idea única de cómo las tecnologías irán a salvar o destruir a la humanidad. Navegamos entre extremos que van del optimismo al pesimismo, pero que se fundan en nociones deterministas de que las tecnologías – presentadas como neutrales – tienen por sí mismas, el poder de transformar el modo en que vivimos, para el bien o el mal.
Nociones tales como “inteligencia artificial” conllevan una idea de poder maquínico que oculta las varias capas de construcciones sociales y culturales que permiten operar a un sistema sociotécnico aplicado. Por ejemplo, al calcular si una mujer de piel negra está o no autorizada a entrar en determinado espacio, o si un video denunciando violencia policial será invisibilizado porque configura una violación de determinadas reglas de contenido en una plataforma de red social privada.
Estas narrativas no se quedan en el campo simbólico, sino que son instrumentos de poder que han sido movilizados para impulsar prácticas y políticas concretas, exclusivamente basadas en el determinismo tecnológico y a costa de la protección de los derechos humanos – como hemos identificado en distintos ámbitos- en los últimos años en América Latina.
Cuando el péndulo se inclina hacia el optimismo, observamos situaciones como la implementación de sistemas de reconocimiento facial en los más variados ámbitos y sin ninguna evidencia de que sean eficaces y libres de riesgos. A veces, incluso en ausencia de las infraestructuras necesarias para su implementación, lo que ha dejado cámaras sin uso en la región.
Cuando el péndulo se inclina hacia el pesimismo, se busca criminalizar tecnologías y las formas de utilizarlas, en vez de abordar los problemas que ese uso revela. Pudimos ver eso cuando la industria de entretenimiento emprendió su cruzada en contra de la piratería y las herramientas que permitían el acceso a contenidos protegidos por derechos de autor.
Pacto Digital Mundial
En la actualidad nos vemos atravesadas por diversas crisis sobrepuestas, algunas más visibles que otras. A la crisis ambiental se ha sumado la crisis de salud manifestada por la pandemia de COVID-19, además de las diversas crisis económicas, políticas, migratorias y sociales en la región. Pensar el futuro parece casi imposible frente a la incertidumbre que se impone.
Sin embargo, el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres ha propuesto a los Estados construir una agenda de acción común que incluirá una Cumbre del Futuro y, en ese marco, desarrollar propuestas para el futuro digital. Según el Secretario General, la cooperación digital será crucial para que las tecnologías digitales se centren en el bien común y garanticen que “los daños potenciales del ámbito digital” no “corran el riesgo de eclipsar sus beneficios”.
Un Enviado para la Tecnología fue designado por el Secretario General para liderar la construcción de un Pacto Digital Mundial, que parte de un proceso abierto y será finalmente definido por los gobiernos de todo el mundo.
Los temas puestos en discusión son: conectar a todas las personas a internet, incluyendo las escuelas; evitar la fragmentación; proteger los datos; aplicar los derechos humanos en línea; introducir criterios de responsabilidad para la discriminación y los contenidos engañosos; promover la regulación de la inteligencia artificial; el bien común digital como bien público global.
Hacia un futuro múltiple y multiplicado
No es la primera vez que la ONU lidera un proceso para pensar el rol de las tecnologías en la sociedad. Desde la primera Cumbre Mundial de la Sociedad de Información, hace 20 años, sabemos que los mismos derechos que las personas gozan fuera de línea, también deben ser protegidos en línea. Incluyendo la libertad de expresión, el acceso a la información y la privacidad.
Sabemos que existen brechas de acceso a las tecnologías entre los países y dentro de ellos. Sabemos que estas brechas incluyen brechas de género y que las violaciones a la privacidad afectan especialmente a niñes, mujeres y grupos vulnerables y marginalizados.
También sabemos que, además de los Estados, las empresas (incluidas las tecnológicas) tienen el deber de respetar y promover derechos humanos, y que las decisiones sobre gobernanza digital deben involucrar las múltiples partes interesadas: gobiernos, sector privado, academia y comunidad técnica, y la sociedad civil.
El Pacto Digital Mundial no puede retroceder en esos consensos, pero también debe ir mucho más allá. Debe escaparse de narrativas deterministas o polarizantes sobre tecnologías y pensar caminos que apunten a la superación de las brechas y desigualdades geopolíticas y sociales que se incrementan a raíz del desarrollo tecnológico.
Reconocemos que el proceso tiene límites y que debemos aún disputar los mecanismos para la participación de la sociedad civil en la redacción del texto final y en su implementación.
La consulta abierta llevada adelante por el Enviado para la Tecnología, disponible hasta el 31 de marzo, ofrece la oportunidad de incidir en la construcción de otras narrativas e imaginarios sobre tecnologías. Narrativas que no estén ancladas solamente en la protección de derechos y la búsqueda por justicia y equidad, sino también en siglos de conocimiento acumulado en la región sobre formas de pensar, hacer y relacionarse con las tecnologías, distintas al tecnosolucionismo predominante.
Escaparse de las trampas que nos encierran en un futuro controlado y monopolizado por modelos coloniales, extractivistas y de explotación es un desafío permanente. Podemos aprovechar la invitación de la ONU para atrevernos a experimentar e imaginar los múltiples futuros viables para nuestras sociedades.