El pasado 28 de octubre fue lanzada la política nacional de Inteligencia Artificial chilena, en un esfuerzo por responder a los desafíos que implica la masificación de tales tecnologías en la actualidad. Así, se busca promover una estrategia que permita favorecer el desarrollo de capacidades y un uso responsable de la tecnología, atendiendo a las oportunidades y riesgos que estas implican.
El desarrollo de la política nacional supuso la conformación de un comité de expertos, así como de un comité interministerial y contó con dos etapas de participación ciudadana, una primera instancia de convocatoria a contribuciones y luego una consulta pública del documento borrador de la política.
Es necesario reconocer la importancia del desarrollo de la política en cuestión, que sitúa a Chile en línea con el trabajo que han desarrollado Argentina, Brasil y Colombia, entre otros países de la región, por orientar el uso y aplicaciones de la inteligencia artificial. Asimismo, es importante destacar el rol de la consulta pública en la elaboración de la política chilena, que se suma a esfuerzos como el brasileño por incluir este tipo de instancias.Sin embargo, debemos igualmente señalar algunas consideraciones críticas respecto del proceso de participación ciudadana y sus alcances en el caso chileno.
En la primera etapa de participación ciudadana, de convocatoria abierta, se realizaron una serie de conversaciones (considerando mesas regionales, mesas autoconvocadas y reuniones temáticas online) que implicaron la asistencia de más de 8.000 personas a nivel nacional. La magnitud del número, sin embargo, carece de sentido sustantivo a la hora de evaluar el impacto de tales instancias de consulta en el borrador de la política. Aun cuando se declara que “Los insumos generados durante este proceso fueron sistematizados, analizados en profundidad y consolidados junto con las discusiones ministeriales y con expertos.” (P14) no es conocido cuáles fueron los criterios para la sistematización y análisis de tales aportaciones. Bien, entonces, por la participación, pero mal en lo que refiere a la trazabilidad de la incidencia deliberativa en la articulación de la política.
Lo anterior resulta particularmente relevante dado el innovador modelo de participación propuesto por el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación chileno, que implicó la realización de 70 mesas de trabajo autoconvocadas, en las que participaron 1.300 personas, considerando actores de la sociedad civil, la industria, la academia y el sector público. Lamentablemente, no tenemos mayor noticia del modo en que influyó tal proceso de discusión en el borrador de la política. Lo mismo respecto a las 69 mesas de trabajo regionales o las 15 reuniones temáticas online, de las que tampoco existe acceso público a sus actas.
La segunda etapa del proceso de participación ciudadana, de consulta pública al borrador, fue realizado a través de un formulario online que contemplaba 1.500 caracteres para comentarios y la evaluación —a partir de una escala de acuerdo y desacuerdo— con los objetivos propuestos. Desde Derechos Digitales hicimos públicos nuestros reparos, tanto al formato de la consulta como de la estructura y contenidos del borrador inicial (tales consideraciones pueden ser revisadas aquí).
De todas maneras, es importante destacar el esfuerzo de sistematización que realizó el Ministerio en relación a la etapa de consulta pública (disponible aquí) y que sí permite un mayor grado de trazabilidad de los cambios implementados.
Una cuestón que no podemos omitir es que de las 179 personas naturales que respondieron la consulta, solo un 21% declara una orientación de género femenino. Esto es importante pues tal bajo porcentaje, en relación a la distribución demográfica de la población chilena, hace patente la necesidad de plantear mecanismos de participación ciudadana con orientación activa hacia grupos prioritarios. Para el caso, contamos con información respecto a género, pero sería muy importante conocer también cuántas personas de pueblos originarios, con algún tipo de discapacidad o pertenecientes a algún otro grupo minoritario de la sociedad tomó parte de la consulta. Por cierto, no está demás puntualizar que el proceso de consulta estaba disponible solo en lengua castellana, cuestión que resulta paradójica al considerar que uno de los ejes de la política es IA inclusiva.
Esto pues, como bien ha señalado la oficina de la Alta Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas en relación a las tecnologías biométricas y sus efectos discriminatorios, son justamente aquellos grupos quienes pueden verse mayormente afectadas por los riesgos que supone la implementación de tecnologías de inteligencia artificial.
De esta forma, la política chilena de inteligencia artificial surge desde un proceso de discusión y participación pública significativo y destacable en el contexto regional, pero sin dudas insuficiente respecto de los impactos que las tecnologías de inteligencia artificial puede tener en la vida cotidiana de las personas (se pueden verificar más antecedentes al respecto en el proyecto IA e Inclusión desarrollado por Derechos Digitales en https://ia.derechosdigitales.org/ ).
Sin perder el foco en las materias procedimentales, que buscan favorecer la legitimidad de la política en cuestión, no podemos dejar de extrañar al menos tres aspectos sustantivos: 1) la necesidad de establecer un diagnóstico que explique y justifique la implementación de tecnologías de inteligencia artificial, 2) la importancia de desarrollar un modelo de gobernanza de las tales tecnologías que tenga los derechos humanos como eje central (y no accidental) de su aplicación y 3) la comprensión de la aplicación de tecnologías y sus impactos desde un punto de vista que supone desafíos que exceden el ámbito técnico y que inciden en la propia definición de lo humano, como bien ha señalado Carolina Gainza.