Según el antiguo cliché, el rostro es el espejo del alma. Algo por el estilo deben haber estado pensando los responsables en Unilever y otras compañías con sede en el Reino Unido, que han comenzado a utilizar un sistema de análisis de expresiones faciales en los procesos de selección de personal.
The Telegraph explica que el sistema compara los videos de las entrevistas de los postulantes con una base de datos que contiene información facial y lingüística de aquellos empleados que se desenvuelven bien en el trabajo. Según Nathan Mondragon – psicólogo jefe de Hirevue, la empresa estadounidense que provee el servicio – “Las expresiones faciales indican ciertas emociones, comportamientos y rasgos de personalidad”.
Pero, ¿lo hacen realmente? La Association for Psychological Science quiso poner esta hipótesis a prueba y reunió a cinco expertos para intentar determinar cuánto de cierto había una idea arraigada en el sentido común, que la emoción puede determinarse de manera confiable mediante movimientos faciales externos. El resultado fue concluyente: no existe evidencia científica que respalde la noción de que el estado emocional de una persona se puede inferir fácilmente del modo en que mueve su rostro.
Esto, por una serie de razones: las mismas emociones no se expresan siempre de la misma manera, las mismas expresiones faciales pueden indicar distintas emociones y las características culturales y contextuales influyen en el modo en que las emociones son expresadas. Las emociones son complejas y no necesariamente obvias de comprender, incluso para quién las experimenta, mucho menos para un observador externo.
“Preferiría tener mi primera entrevista con un algoritmo que me trate justamente y no tener que depender de qué tan cansado esté el reclutador ese día”, argumenta Loren Larsen, director de tecnología de Hirevue, haciendo eco de aquella vieja idea de que las máquinas están libres de sesgos y, por tanto, son preferibles a los seres humanos. Pero como replica para el Telegraph Anna Cox, profesora de interacción humano-computadora en UCL, el sistema “va a favorecer a las personas que son buenas para hacer entrevistas en video y cualquier conjunto de datos tendrá prejuicios que excluirán a las personas que realmente habrían sido excelentes en el trabajo”, eso sin mencionar sesgos de género, raza o etnicidad.
La búsqueda por una técnica que provea a la humanidad de un acceso directo a representar la realidad de forma objetiva es de larga data, e incluye la invención de la perspectiva en el renacimiento y la fotografía. Las técnicas algorítmicas y las “máquinas que ven” son la última adición a una lista larga. Y, sin embargo, se revelan tan dadas a los sesgos como cualquier otra.
Un ejercicio interesante al respecto lo realizaron hace pocos días Kate Crawford y Trevor Paglen, responsables de la exhibición “Training Humans”. Como parte de la muestra, pusieron en internet ImageNet Roulette, un sitio web temporal (y ya no disponible en línea) que ponía a disposición de cualquiera con una conexión a internet un algoritmo entrenado con la base de datos ImageNet, uno de los sets de entrenamiento más utilizados para el aprendizaje de máquinas: para enseñarle a un computador qué es un perro, se le muestran miles de imágenes de perros, hasta que aprende distinguirlos de aquello que no es un perro. Las imágenes son etiquetadas a mano por personas que imprimen sus propios sesgos al hacer la tarea. Esto no es particularmente problemático cuando estamos hablando de perros, pero sumamente complicado cuando se trata de personas, también incluidas en la base de datos.
Como pudieron comprobar quienes visitaron ImageNet Roulette, el modo en que sus selfies eran clasificadas incluía términos como “terrorista”, “mujerzuela” o “nonentity”, definido como “una persona sin poder”. Todo esto, simplemente a partir de sus rostros. “El proyecto busca llamar la atención sobre los daños reales que los sistemas de aprendizaje automático pueden perpetuar”, explica Paglen.
América Latina
En nuestra región, los usos de sistema de reconocimiento facial han comenzado a expandirse rápidamente, principalmente para la vigilancia del espacio público asociada a actividades de seguridad. En Paraguay, un sistema de reconocimiento facial está funcionando desde julio de 2018 en Montevideo, envuelto en un manto de secretismo total: a pesar de los esfuerzos de Tedic por obtener información respecto a la ubicación y los usos del sistema, poco se sabe respecto al funcionamiento de este.
Cuestión similar ocurre en Buenos Aires, Argentina, que cuenta con un sistema de vigilancia por reconocimiento facial desde marzo de 2019. Se sabe que existen cerca de 200 cámaras equipadas con un sistema de reconocimiento facial en algunas estaciones de Subte y en la zona de trenes. Pero pese a los esfuerzos de ADC por conocer la ubicación de los dispositivos, la información ha sido negada por el Gobierno de la Ciudad, aduciendo razones de seguridad.
En México, los sistemas de reconocimiento facial son cada vez más comunes. Solo en 2019, el Gobierno del Estado de Coahuila ha instalado 1282 cámaras de vigilancia pública equipadas con tecnología de reconocimiento facial en las calles de diversas ciudades. Ya en 2018 se reportó el uso de esta tecnología en los accesos a la Feria Ganadera de Sinaloa y, recientemente, unidades de patrulla en la Ciudad de México se han equipado con tecnología de reconocimiento facial. En Brasil, Bolivia, Ecuador y Chile existen sistemas de reconocimiento facial o planes para su próxima instalación.
En general, el planteamiento es poder agilizar la búsqueda de prófugos de la justicia y poder identificar rápidamente a los delincuentes. Pero los resultados distan de ser los esperados. Recientemente, un hombre estuvo seis días preso por error en Buenos Aires, gracias al sistema de reconocimiento facial. En Chile, las pruebas realizadas por la policía a un sistema de reconocimiento facial implementado por una cadena de centros comerciales arrojaron una taza de error que ronda el 90 %.
Así, pareciera ser que las tecnologías de reconocimiento facial producen más problemas que los que son capaces de resolver, a la vez que las bases teóricas que sustentan sus supuestos beneficios se desmoronan ante la evidencia. En Estados Unidos, varias ciudades han prohibido completamente el uso de estas tecnologías. Quizás sea el momento de seguir su ejemplo.