Arthur C. Clarke dijo alguna vez que cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es totalmente indistinguible de la magia. Hoy, cuando el grado de sofisticación de los dispositivos que utilizamos cotidianamente los hace incomprensibles para la vasta mayoría de los usuarios, la línea entre ambas se ha vuelto más tenue que nunca. Por supuesto, esto no es más que la expresión de un deseo de omnipotencia mundana, alimentada por las efectivas campañas publicitarias de la industria dedicada a la venta de artefactos tecnológicos.
Una particular expresión de este fenómeno ocurrió esta semana, tras hacerse pública una vulnerabilidad de WhatsApp que posibilitaba un sofisticado ataque en el cual un teléfono celular podía ser infectado con el malware Pegasus tan solo con un llamado telefónico. Puedes leer los detalles acá y acá.
Pero lo “interesante” vino después: Bloomberg publicó una columna firmada por Leonid Bershidsky argumentando que el ataque demuestra que el cifrado de extremo a extremo implementado por WhatsApp es inútil, “un truco de marketing utilizado por compañías como Facebook para tranquilizar a los consumidores que desconfían de la cibervigilancia en una falsa sensación de seguridad”. La columna ha sido traducida y publicada en medios como 24 Horas y El Mostrador de Chile y Gestión de Perú.
Por su parte, la comunidad técnica se ha ensañado con el texto. Y con razón: Mike Masnick de Techdirt comparó la columna con un disparate antivacunas, “diciéndole a las personas que no se protejan”. Por su parte, Matthew Hughes en The Next Web decidió explicar de forma relativamente didáctica para qué sirve el cifrado de extremo a extremo: impide que alguien intercepte la comunicación, pudiendo acceder a su contenido y modificarlo, o que alguien pueda ganar control sobre las credenciales de seguridad de una cuenta; ninguna de las dos tiene relación con la naturaleza de la vulnerabilidad descubierta en WhatsApp ni el ataque que posibilitaba. Como explica Hughes, “es como argumentar que nunca deberías usar cinturón de seguridad porque no te van a proteger si tu auto se cae por un barranco”.
Lo interesante de la columna de Bershidsky es que en su total y absoluto despliegue de desconocimiento y mala argumentación, expone una idea equivocada, pero probablemente muchísimo más común de lo que debería ser: que la seguridad es una suerte de estado binario – seguro/inseguro- que puede alcanzarse gracias al uso de una herramienta específica, capaz de protegerme de todo mal. Lamentablemente eso es magia y está muchísimo más allá de las capacidades de la tecnología.
La seguridad -de cualquier tipo, no solo aquella relativa al uso de tecnología- es un espectro de posibilidades, donde la meta es reducir al máximo los riesgos, pero que nunca es capaz de eliminarlos por completo. En el caso particular de la seguridad digital, se trata de un terreno altamente dinámico y en constantemente actualización, donde el descubrimiento de nuevas vulnerabilidades es relativamente común. Una eficaz estrategia de seguridad involucra el desarrollo de prácticas seguras, junto al correcto uso de un set de herramientas acorde a un análisis de los potenciales riesgos y sus consecuencias.
Evidentemente, esto es muy difícil de hacer. Sin embargo, es necesario, particularmente para aquellas poblaciones e individuos en particularmente vulnerables: activistas, periodistas, defensores de derechos humanos. Y el primer paso es tomar conciencia respecto a las limitaciones de la tecnología y de nosotros como usuarias y usuarios.